Cuando vi por la primera vez las obras de Pietra Barrasso, por la primera vez, tuvo la intuición, sin tener las pruebas científicas, que detrás de esa laboriosa, meticulosa inclinación de los morteros, mezcladas con los colores, no se ocultaba sólo una mano rápida y segura, sino también una visión artística completa, una idea del arte que evidentemente había podido practicar en el pasado y en fin expresarse poniendo en práctica los antiguos conocimientos y habilidades.
Tuvo la impresión que esos brotes continuos de color radiante y minuciosamente espatulados llamados “rayos de luz”, eran cómo la expresión ultima de un percurso que tenía raíces profundas y que se habían sublimado progresivamente en la pura conceptualización de la luz.
He tenido la confirmación sólo recientemente, cuando la artista ha sometido a mi atención un aceite sobre tela realizada al comienzo del año dos mil, solicitando mi opinión: una maravillosa Madona en el trono con ángeles digna de los mejores pintores del Cuatrocientos…un género de pintura desde el cual ella habría pasado con el tiempo a un enfoque pictórico informal.
Debajo de este aspecto informal, por lo tanto, que se presenta con un formalismo plástico-pictórico excepcional, se implica una preparación académica de primer término, la misma que huele a tizas, carboncillos y moldes de estatuas. La misma que educa los alumnos a la historia de las artes visuales, la misma que deja pasar sólo quien ha superado la disciplina del aprendizaje.
El paso cumplido por Picasso cuando, desde primero, celebre alumno de la Academia de las Bellas Artes de Barcelona se transformó en el plazo de una década en un detonador de cuerpos y rostros humanos en el espíritu de aquella influencia progresista anti-figurativa que París, en los primeros años del Novecientos, supo imprimir los artistas en ellos convenidos, es el mismo paso que, quizá en un plazo de tiempo más breve, los artistas actuales consiguen a llevar a cabo.
No se hace otro que sospechar el dejà vu. Personalmente no creo que se pueda hablar de procesos ya vividos o de lugares artísticos ya encontrados, porque todo el arte del Novecientos es sostenido por numerosas, diferentes genialidades y cada una de ellas posee un sentido autónomo para existir también en relaciones a ciclos históricos que, cómo se sabe, pueden repetirse sin daño por la originalidad de las propuestas que vienen sencillamente renovadas.
Cuando una artista como Piedra Barrasso consigue a saber utilizar el lenguaje de ayer (respectando los iconos clásicos) y el lenguaje de hoy (saltando desde una posición clasicista a una visión nueva, refundada exclusivamente en una sola acentuación cromática), no es sólo un sujeto que insiste en un percurso del cual hasta ahora nadie ha decretado el fin, sino un polo creativo capaz de surcar las olas del tiempo.
Los innumerables e imprevisibles procesos de transformación del modelo académico hacían la libre expresión no figurativa son el tema central de mis búsquedas: he llegado a la conclusión que este proceso no tenga un término definido y que pueda ir adelante al infinito a menos que no se ponga fin a la existencia de la pintura…
Respecto a la artista romana puedo confirmar con seguridad que sus cuadros actuales constituyen el exacto correspondiente del retablo mostrado por ella por las siguientes razones:
la composición de las diferentes superficies actúa sobre efectos radiales que, obtenidos por mezclas cromo-matéricas frantumadas en textures, no ignoran las reglas del antiguo componer.
Aunque no exista una prospectiva en calidad de gráfica reproducción, se impone todavía una idea tradicional en la distribución de las partes: estas últimas se mueven rápidamente en sentido horizontal, vertical y diagonal rehabilitando de esta manera la dinámica visiva de la pintura futurista italiana.
La selección cromática responde constantemente a un orden interior que exige moduladas gamas de azul en el lugar de rojo o de verde. En los acoplamientos de matices tímbricos el pintor se esfuerza de establecer funciones y roles precisos entre los colores suplementares.
El espacio se convierte entonces en una ilusión policroma…no constituye más una representación si no una proyección mental, exactamente cómo los espacios de nuestra contemporaneidad son proyectivos. En el arte de otras épocas la lógica de la ilusión visual se ocultaba entre las inclinaciones de la capacidad de reproducir lo que no había, pero, la sociedad moderna que no necesita de espacios reproducidos porque interactúa continuamente con los medios multimedia, busca otro tipo de ilusiones, aquellas ofrecidas por la pintura que reparte en todas partes colores y sensaciones, colores y emociones, colores y luces…