Giovanni Faccenda |
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Entre itinerarios memoriales y perspectivas deseadas «No sé cómo me juzga el mundo me parece de ser un niño que juega en el borde del mar y que se alegra cada vez que encuentra un guijarro más liso que otros o una concha más bella, mientras el gran océano de la verdad permanece delante él inesperado.» Isaac Newton |
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Los aspectos emocionales más ardientes que viven en las entrañas más profundas de la obra de Pietra Barrasso salen a la superficie cómo luces espirituales evocadas para iluminar la oscuridad que envuelve hostilmente nuestra existencia cada vez más inquieta. Ebrio de temblores líricos y trepidaciones sentimentales, la pintura de esta artista rigurosa e inspirada, recoge el impresionante reto del «mondo inexplorado»: una geografía de ensueño e invisible que encuentra la manera de materializarse – justo el término apropiado, teniendo en cuenta las emblemáticas relevancias de color aglomerado – en una superficie que no es más realística sino puramente mental, donde en un rastro vertical insisten a menudo, fuentes luminosas impregnadas por un sentido de encanto seductor. Ligeros y trasparentes cómo bandadas de nubes en un día de sol, estos rayos recurrentes – imperiosos, en un sistema cromático combinado a los acuerdos más cálidos – parecen aludir a los itinerarios memoriales o perspectivas soñadas, contextos emocionales, sin embargo, dentro del cual Barrasso encuentra o vuelve a reencontrar lo que vive desde siempre en sí misma. Pintar entonces, se convierte para ella en una especie de excavación interior que no viene causada de la realidad circundante: se trata más bien de una amplia variedad de secretas palpitaciones – muy fructíferas en un alma tan sensible como la suya – a empujarla hacía estos idílicos vuelos fantásticos. En estas visiones, el encuentro con la naturaleza tiene valor y sabor catártico: convergen las fragancias embriagadoras de las flores, románticas, cálidas tonalidades crepusculares, la plena consciencia de una verdad que sabemos de haber perdido desde hace tiempo y ahora la reencontramos en el eco conmovedor que balancea como una melodía arcana en estas pinturas encantadoras de Barrasso. La pintura puede avanzar en temas figurativos o aproximarse a lugares informales; es su mismo espíritu a decirnos las trepidaciones solo en parte atenuadas en la manifestación corpulenta de colores vivos y entre ellos bien combinados. Todavía osar significa también ir más allá de las reglas de la paleta, buscar los matices combinados con el estado de ánimo esencial, encontrar, en fin, lo que es una chispa muy remota y generar una llama mediante una representación llena de indicios personales. Después de todo, cada obra realizada por Barrasso realiza una multitud de efervescencias y temblores que comparada con su naturaleza pasional es del todo especular. Pensaríamos, al contrario, de reconocer en las diferentes tonalidades de amarillo – color imprescindible y constante en los diferentes motivos – el ocasional estado de alma que ha acompañado el artista en cada uno de sus encargos, ya que aparece perfectamente limpio y perceptible más allá del fino acabado de las telas. Normalmente, Barrasso no suele pintar lo que la rodea cómo pasar fácilmente à todos, sino que pinta lo que siente en su interior. Se nutre de alimentos que son la ambrosía de poetas y soñadores, linfa inagotable para aquellos que tienen que comunicar o donar algo de importante à quien aún no ha dejado de escuchar la voz del corazón y de los sentimientos. Si deberíamos en fin sintetizar las peculiaridades más íntimas de su trabajo, con una esquematización bastante inadapta respecto a un temperamento tan opulento y productivo, diríamos que toda la actividad de Barrasso se centra en un aura de misterioso encanto. Una luz que va más allá de los amaneceres y puestas del sol, lugares y espacios, el silencio que es la meditación necesaria y la vida, entera, en sus razones más ancestrales. |
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